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En su opúsculo ‘Dialogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu’, Maurice Joly analiza, de la mano de Maquiavelo, las estratagemas del poder, anticipando la artimaña de los déspotas que dictan leyes con el sólo fin de ocultar su arbitrariedad. El bueno de Montesquieu defiende con arrojo la democracia y el imperio de la ley, pero queda sin habla: en el mundo moderno, el cómplice principal de su adversario ya no es la astucia o la crueldad del príncipe, sino la apatía política de los gobernados.
El opúsculo se publicó por primera vez en Bruselas en 1864, como una sátira brutal de Napoleón III y de la Constitución Imperial. Desde entonces ha llovido mucho, pero cada vez que alguien saca a relucir a Montesquieu, es corriente ofrecerle réplica con el florentino. Ayer, tras su pobre presentación del lunes como portavoz parlamentario del Grupo Mixto, el diputado García Ramos se descolgó con una crítica sangrienta contra su antiguo colega Mendoza, amparándose en Montesquieu para asegurar que someter al Parlamento la regulación de las tutorías y reuniones del profesorado «es pervertir el sistema democrático». García Ramos recordó la división de poderes y pidió que no se convierta al Parlamento de Canarias «en una dirección general». Luego se dedicó a provocar al portavoz de Coalición, José Miguel González, a cuenta primero de su coherencia (que le hará abandonar Coalición e integrarse en el Mixto) y más tarde de su peculiar forma de hablar en tromba (que convierte sus disertos en desiertos). González masculló una respuesta, pero no recurrió a Maquiavelo: sabe el señor González mucho de cuentas, pero quizá no haya leído ‘Las décadas de Tito Livio’ o ‘El Principe’. Es una pena. Podría haberle zumbado a García Ramos con el capítulo sobre la necesidad de contener la ambición de los secretarios.
La sesión dió de sí. Hasta hubo más división de poderes: a las puertas del Parlamento, unos a la izquierda y otros a la derecha, los funcionarios del legislativo y los del judicial, protestaban en huelga por distintos motivos. Los del Parlamento -mucho más ruidosos- tocaban tambores y soplaban silbatos en estruendoso fragor. Algunas señorías jaquecosas tuvieron que ir a buscar aspirinas, y la diputada Rodríguez Falero, del PP, salió a buscar su analgésico justo a la hora de votar. También hay sentencia adecuada para el asunto. No es de don Nicola, pero casi: está en ‘La venganza de Don Mendo’, otro clásico que encierra gran sabiduría. Y dice así: «cese tanto tambor y tanto pito / que de tanto redoble y tanto grito / estoy ya enteramente ahíto». Pues eso: a ver si cesa.

Colchón:
La sesión dió de sí. Hasta hubo más división de poderes: a las puertas del Parlamento los funcionarios del legislativo y los del judicial, protestaban en huelga