a babor

Corría el año de gracia de 1714 cuando un tipo aficionado a la mecánica, Henry Mill, presentó en Londres un curioso aparato al que llamó dactilotipo, con el que lograba imprimir caractéres alfabéticos y signos ortográficos al golpear unas teclas. Las teclas, conectadas por goznes y palancas a unos tampones de metal impresos en altorrelieve, se entintaban manualmente antes de comenzar el trabajo, y golpeaban un cartón grueso, dejando su impronta. La máquina despertó durante unas semanas una cierta curiosidad en los salones frívolos de la sociedad londinense, pero no logró más consideración que la de aparato de feria.
La patente se olvidó durante algo más de cien años, hasta 1833, fecha en la que un impresor de Marsella -Xavier Progrin- construyó una nueva máquina, a la que bautizó ‘criptográfica’, capaz de imprimir sobre papel plano. El invento fue mejorado por el italiano Giuseppe Ravira, que produjo un ‘tambor escritor’, perfeccionado por más tarde por el noruego Lumen Hansen.
Pero no fue hasta 1866 que el asunto de la escritura a máquina cobró impulso. Fue el tipógrafo Lathan Sholes, conocido por su mecanismo capaz de imprimir y numerar simultáneamente los billetes de dólar en la fábrica del Tesoro de Washington, quien lanzó la ‘typewriter’, una maquina con la que podían escribirse cualquier mensaje, por muy largo que este fuera, gracias al retorno del carro, accionado por un pedal. Sholes presentó hasta treinta modelos diferentes de este invento a Philo Remington, un industrial algo enloquecido que invirtió su fortuna en la producción en serie de lo que se describía como «la máquina que hará que sus documentos resulten legibles y fáciles de entender».
Bendita inocencia de los pioneros: ni Sholes ni Remington podían imaginar en los albores de la dactilografía mecánica que, a pesar de los enormes avances del progreso, a pesar del contínuo perfeccionamiento en los instrumentos y en las técnicas de escritura, a pesar de las impresoras laser y de chorro de tinta conectadas como periféricos a potentes ordenadores dotados de programas para el proceso de textos… a pesar de todo eso, seguirían existiendo siempre documentos inescrutables, inextrañables y confusos hasta el dolor. Papeles imposibles de leer y que nadie logra entender, los mire uno por dónde los mire. Por ejemplo, y sin necesidad de ir muy lejos, los quince folios explicando lo que es el nacionalismo, escritos por Victoriano Ríos y (más o menos) leídos por Rafa Pedrero en la magna (más por larga que por grande) convención nacionalista.

Colchón:
A pesar de todo, siempre seguirían existiendo documentos inescrutables, inextrañables y confusos hasta el dolor. Papeles imposibles de leer y que nadie logra entender,