a babor
Hace unos diez o doce años, asistí a una rueda de prensa ofrecida por uno de esos partidetes nacionalneolíticos que tanto abundaban por aquí en aquel entonces. Recuerdo que se nos citó a unos cuantos periodistas para presentar unos folios mecanografiados, que los presentadores denominaban pomposamente ‘proyecto de ley de residencia’. Sólo se que el proyecto en cuestión resultaba tirando a anticonstitucional y disparatado.
Entre la ley de residencia de aquel partido radical (una escisión del Congreso Nacional Canario de Cubillo) y la propuesta de ley de residencia que el secretario general del PNC -José Luis Alamo- pretende hacer debatir al Consejo Político de Coalición Canaria, median unos pocos años de maduración política y unos muchos compromisos del nacionalismo moderado, entre ellos el bien definido de la integración en Europa. Pero aun cuando no se debe convertir al bueno de Alamo en remedo de Antonio Cubillo (ni siquiera cuando Alamo se enfada, y les juro que resulta de lo más indigesto), lo cierto es que ambas propuestas se nutren de la misma filosofía ramplona y proteccionista que caracteríza ideológicamente al nacionalismo radical. Lo único que consiguen ambas propuestas es recordar que el nacionalismo mantiene como principal seña de identidad la vigilancia de fronteras.
Fronteras: durante la última sesión del Parlamento de Canarias, escuché a Victoriano Ríos hacer en un pasillo una reflexión lúcida -y práctica- sobre el nacionalismo en Europa en este final de milenio. Ríos vino a decir que no existe nación sin frontera, sin moneda y sin ejército. La nación es eso, más una administración común y sus símbolos, la bandera, el himno, y esas otras cosas tan respetables y -en general- tan inútiles. La integración en Europa nos deja sin fronteras, la moneda única sin moneda y la OTAN sin milicia. El diseño entre descentralizador y federalizante de la Constitución Española protege la autodeterminación administrativa en las islas, integra nuestra bandera y alienta la elección de un himno (asunto peliagudo, por cierto). Así las cosas, al nacionalismo le queda el juego de la práctica, el regateo y la defensa de los intereses de la comunidad, entendida esta en sentido territorial, no en sentido de raza, origen o procedencia. En cuanto a Alámo y a sus románticos trasnochados, pueden optar entre pasar a este lado de la vereda o refugiarse en la nostalgia del criollismo y la celebración acalorada de los hitos del 98.
Y si juegan a eso, mejor que se anden listos y eviten caer en la xenofobia.
Colchón:
No existe nación sin frontera, sin moneda y sin ejército. La nación es eso, más una administración común y sus símbolos, la bandera, el himno, y esas otras cosas…