a babor

Después de que el presidente Hermoso amagara con su particular órdago dimisionario, la única propuesta que se antoja razonable es la de Olarte hablando en román paladino de la necesidad de convertir de una vez por todas esa indigesta sopa de letras que es Coalición Canaria en un partido.
Y es que el calendario se pudre. La agenda del proyecto federativo de los nacionalistas empieza a oler mal antes incluso de que se haya hecho definitivamente pública. Coalición Canaria amenaza con convertirse en una merienda de políticos de tercera: demasiadas voces (des)autorizadas, demasiado protagonismo y demasiada desconfianza mutua conviven hoy sin orden ni concierto en los asirocados despachos del poder canario.
Es cierto que Mauricio padece de ‘protagonitis’ contumaz. El ego de Mauricio es a la política canaria lo que la teoría de la relatividad a la física cuántica. Es cierto que el portavoz cortesano de Coalición se pirra por salir en un periódico. Y es cierto también que si le dejaran acabaría hablando en nombre del Rey o del Papa (de hecho, tiene una definida y clara tendencia a expresarse excatedra). Pero también es verdad que en los últimos meses la desaparición pública de Hermoso durante una larga temporada y luego sus contínuas meteduras de pata, han abierto una gigantesca brecha en su credibilidad como presidente del Gobierno y líder plausible para el movimiento nacionalista.
Olarte es el repuesto natural de Hermoso. Lo es incluso a pesar de sus evidentes limitaciones electorales. Quizá consciente de esas limitaciones, o quizá más preocupado por mantener la ficción de una futura alternancia, Olarte se ha enrocado en sí mismo durante los meses en los que Hermoso ha desertado del liderazgo. Era inevitable, pues, que ese infatigable y hábil conspirador que es Mauricio diera el paso al frente y ofreciera al respetable un discurso de presidenciable. Por hacerlo ha sido halagado y mimado precisamente por el Partido Popular, conocedor de que Las Palmas dificilmente aceptaría el liderazgo político de Mauricio sobre el proyecto nacionalista y de que Tenerife no lo aceptaría nunca.
Tenemos, pues, una crisis con tres actores: Mauricio paga con sus breves amenazas el precio de caer en el vértigo de su proyección pública y haberse creído que todo el monte es oregano. Olarte actúa más discretamente: mantiene un discurso conciliador y apunta fórmulas para organizar el inevitable relevo. Hermoso es apenas una sombra sostenida por los suyos. ¿Salidas? Las habrá: en las crisis se detecta la capacidad de liderazgo.

Colchón:
Es cierto que Mauricio padece de ‘protagonitis’ contumaz. Su ego es a la política canaria lo que la teoría de la relatividad a la física cuántica