a babor

Cuando me miro al espejo no me veo: ese tipo con cara de cansancio y pinta envejecida me resulta levementa familiar, pero no soy yo. Es un hermano mayor mío, con poco pelo, algunas canas, ojeras que tienen que ver con el tiempo acumulado más que con el perdido, los ojos enrojecidos por falta de sueño y una mirada a la que los años han hecho perder curiosidad y ganar escepticismo. Ese que me observa desde el otro lado es mucho menos interesante, menos seguro de lo que esperaba ser yo hace pocos años. Su aspecto cansado es la única virtud que el pasado rescata de mi propio futuro. Y algo parecido a lo que me ocurre a mí cuando me miro al espejo les ocurre a quienes -desde mi generación o sus bordes- se plantan ensimismados ante el reflejo de nuevas responsabilidades, para no reconocerse en el cristal pulido de sus antiguos sueños.
Hablo de casi todos, por supuesto. Pero elijo como excusa a Ignacio Gonzalez, convertido tras estas furiosas semanas de ejercicio en la demostración palpable de que el poder envejece y consume más que cualquier otro exceso. Nacho manda hoy, a sus treinta y pocos, más de lo que nunca antes ningún dirigente del PP mandó en Canarias. Nacho es la cuerda que ata los congresos del PP, el tapón que mantiene a Bravo de Laguna dentro de su viejo frasco, y es también el que controla las cuevas y los pozos de la administración regional, el que inspecciona las decisiones pasadas, el que da el visto bueno a los acuerdos de grupo y el que se reune en Génova para parar las tracas. En un Gobierno donde pocos se toman su trabajo realmente en serio (apenas tres o cuatro consejeros, algunos directores y un puñado de secretarios generales), este se deja la piel a tiras por la moqueta. Pero su ejercicio de ‘peeling’ no cuenta para el discurso. Cuenta que con los rastros de su piel soleada en los ‘master’ que le pagó su padre en California (o por ahí) se va dejando jirones de alma.
Nacho González, terror nacionalista, martillo de herejes, afilada lengua, vástago rotundo, salvaje endomingado… viene ahora pidiendo responsabilidad y mesura. Nacho se agobia y nos agobia ante el clima de crispación que vive la región y reza por el cese de los insultos. Reclama serenar el ambiente y un esfuerzo de contrición que ponga las cosas nuevamente en su sitio y permita (el ejemplo es mío) que Mayoral y Soria vuelvan a tomarse unas copas juntos. En fin… hace un par de años mi pluma se habría columpiado féliz sobre este repentino cambio de papeles, especulando con la ventrilocua osadía de Nacho González. Pero hace esos años al mirar al espejo veía al joven barbáro que fui. Y ahora veo a alguien que -como este Ignacio también avejentado- siente el peligro de esta región fuera de quicio.

Colchón:
Tras estas furiosas semanas de ejercicio, Ignacio González es la demostración palpable de que el poder envejece y consume más que cualquier otro exceso