a babor
Cuentan las crónicas que Fray Bartolomé de las Casas envío un día a su indio más aventajado a través de la selva, hasta una misión del interior, para llevar una carta al capellán. Entregada la misiva al destinatario, este le leía al buen salvaje: «Me dice Fray Bartolomé que tu mujer ha dado a luz… Enhorabuena», o «También me cuenta que un huracán ha arrasado tu aldea»… El clérigo se ausentó unos momentos, dejando solo al indio, y cuando regresó se encontró a éste con el rostro maravillado y la oreja pegada a la carta, intentando oír todas esas cosas que Fray Bartolomé decía a través del mágico papel… Es difícil saber si la anécdota es cierta o falsa. Probablemente, como todas las buenas anécdotas, sea una mera invención del cronista que, adelantándose en el tiempo a Rousseau y sus cursiladas sobre el buen salvaje, pretendía divertirnos a costa de las inocencias del indio. Divertirnos con una disgresión pedagógica sobre el valor del conocimiento, ese instrumento que permite a los sabios interpretar lo que a los legos nos resulta imposible.
Pues eso: que una comisión de sabios varones, integrada por los populares Nacho González y Bravo de Laguna y por Paco Rodríguez Batllori y José Miguel González en representación nacionalista, acaba de presentar en sociedad un mágico papel intitulado «proyecto de Ley de Sedes», cuyo objetivo parece ser el de dejar de una vez por todas las sedes en su sitio. Según dicen quienes son capaces de interpretar el proyecto, en él se recogen las pautas y condiciones para establecer un exquisito equilibrio entre ambas capitales a la hora del reparto de las sedes de las distintas consejerías. Pero lo realmente sorprendente es que el proyecto no proyecta nada, pero nada de nada, más allá de esa voluntad de reparto equilibrado.
La explicación oficial de porqué el proyecto no establece la ubicación definitiva de las sedes es como la lectura de las noticias de Fray Bartolomé al indio: una interpretación mágica para los que no estamos en el ajo. Según los sabios, parece que tendrán que ser los reglamentos que desarrollen la Ley los que definan las precisas ubicaciones de los diferentes departamentos del Gobierno, entre otras cosas para que esas ubicaciones puedan ser ‘reglamentariamente’ modificadas a gusto de quien gobierne, y según las conveniencias del momento.
Sólo soy un indio sin cultivar, incapaz de interpretar los misterios de un documento legal, pero lo cierto es que -pegando la oreja al texto del proyecto- lo único que escucho es la misma música celestial de siempre.