a babor
Lo mismo de lo mismo de lo mismo, preparándose a afrontar el inicio de curso: los años deberían cambiar el uno de septiembre, pero sólo para que los cuerpos cansados de no hacer nada acepten la dictadura del calendario. En realidad, vuelves y encuentras la región instalada en su propia rutina. Las playas de agosto han sido barridas por la espuma de unos días que se antojan más largos. Pero al regreso los días son los de siempre, y las historias las mismas, y sus protagonistas idénticos personajes retratados hasta la saciedad. Aquí no cambia nada.
Dimas: acabo de llegar, he aporreado unas cuantas teclas y ya me agota escribir sobre él. Nuevamente, Dimas demostrando que existe. Contra la decisión de los jueces que quisieron apartarle de la vida política, Dimas mantiene el control de su propio teatrillo y no ceja en el empeño de mandar por encima de quienes elige para sustituirle. Ahora le ha tocado el turno a Juan Carlos Becerra, un hombre con menos suerte de la que merece y cuyo único pecado conocido es haber intentado mantener desde la Presidencia del Cabildo un conato de dignidad institucional, una ficción de independencia política. Si al final su sentido de la estética le cuesta el pellejo, lo sentiré por Becerra, pero tampoco derramaré lagrimas. Se recuperará: es joven, promete, tiene futuro. Y además para hacer lo que ha hecho le pagan.
Pero si Becerra aguanta, si logra blindarse en la Presidencia y resistir el acoso de los títeres de Dimas y la dialéctica oportunista de quienes acepten ser marionetas de Dimas para rascar poder, entonces diré que Becerra ganó por primera vez una batalla a Dimas, y dejaré constancia de que ha sido el primero en lograrlo, más allá de los tribunales de justicia. Si Becerra sobrevive, si eso que debe ocurrir es lo que finalmente ocurre, diré también que ha empezado por fin el ocaso de un caudillo inclasificable, un tipo capaz de llorar lágrimas de cocodrilo por el futuro de la cebolla o de bromear con cosas tan serias como tirar a alguien por la ventana.
Aguardando acontecimientos en el guiñol de Dimas, a la espera de saber si el teatro de marionetas conejero logra (o no) crucificar a Becerra, como ya ocurrió copn todos a quien no diera patente el que mueve los hilos, he de decirles que siento un extraño cansancio profesional por Dimas. De él me repugna su concepto populista de la actividad política, me asquea el sentido patrimonial con el que maneja el poder político y sus resortes económicos. Pero sobre todo me cansa su inagotable tesón. Me aburre su constancia.
Colchón:
De Dimas me repugna su concepto populista de la política, me asquea el sentido patrimonial con el que maneja el poder y sus resortes económicos.