a babor

Antes de las pancartas y las banderitas y los mecheros, antes de los mítines cada día más desasistidos y los debates a dos, a tres, a cinco o hasta a seis en la tele. Antes de los cientos de millones quemados en confetti y vanidades, en cuatricromías, trajes de Armani, ‘liftings’ y retoques dentales de urgencia. Antes de que usted se devane los sesos los diez últimos minutos para decidir si lo que quiere es echar al que está o impedir que entre el que apunta, antes de la diarrea de las palabras, la falsa indignación de las palabras y la segura demagogia de las palabras, antes de todo eso, en fin, existe un espectáculo previo al espectáculo que usted se dispone a presenciar.
Se trata eso sí, de una feria más privada, más restringida, más elitista: una suerte de torneo de salón entre unos pocos y otros cuantos, unas primarias internas que se producen en la trastienda de los partidos y los grupos de poder, dicen que para seleccionar a los mejores hombres posibles, pero en verdad para ajustar las relaciones y las jerarquías entre los que mandan y los que se resisten a dejar de hacerlo.
La noche del viernes, en el mismo ecuador de las doce, sonará el timbre que anuncia en toda España el tiempo de descanso -febril tiempo, en realidad- entre la función privada y la función pública: sabremos entonces dónde le toca al ministro Belloch y qué ha sido de la apagada estrella del señor Alvárez Cascos. Sabremos también si en su huida de la Audiencia Nacional, Barrionuevo ha quedado por fin el cinco o el seis por Madrid, y hasta si Anguita logra imponer del todo a sus hombres del PCE en el proyecto federal de Izquierda Unida. Sabremos incluso si Antonio Martinón encabeza o no la candidatura tinerfeña del PSOE.
Lo que nos costará más saber, porque nadie ha de contarlo, es a cuanto ha ascendido los últimos días el consumo de Almax para frenar el nivel de bilis en la sede tinerfeña del PP. Ni el dinero gastado en pasajes por Nacho González para intentar convencer a quienes hacen las listas en Madrid de que no impusieran al muy disciplinado ‘culiparlante’ Miguel Cabrera. Ni los ruegos suplicantes de Martinón ante los secretarios generales de las agrupaciones insulares en la provincia tinerfeña. Ni como le sienta a Segura el haber superado a Martinón en casi 350 votos. Ni durante cuanto tiempo y en qué tono discutirá la Comisión Ejecutiva del PSOE sobre si debe aceptar o no el chantaje de su presidente. Ni qué decidió finalmente que la candidata del PP por Las Palmas se llame Bernarda Barrios. Ni porqué Elfidio y García Ramos se negaron a aceptar el Senado en Tenerife. O porqué el muy jurista de Eligio decidió arriesgar su Hernández muchas letras por detrás del Artiles de don Carmelo en una elección casi imposible por prospección y abecedario. O porqué Dimas Martín esperó hasta el 3 de enero para presentar su primera y única petición de indulto.
Todo eso no se sabrá, o sólo se sabrá a medias. Como en un teatro de variedades cualquiera: detrás de bambalinas la función siempre es otra.