a babor

No votaría a Dimas Martín excepto si la alternativa fuera votar a Honorio, y aún así me lo pensaría: siempre queda la posibilidad de votar en blanco.
Con Dimas vengo peleándome -sin mayor éxito- desde hace ya unos cuantos años, y creo que su exitosa hegemonía en la política conejera es uno más de esos misterios a los que es tan dada la tierra de los volcanes. Ya he dicho en muchas ocasiones que Dimas es el tipo más listos que conozco: prácticamente salido de la nada, y con poco más que su ingenio y su labia, ha sabido consolidar en Lanzarote un imperio de lealtades imperecederas, mitad espectativa de negocio, mitad silencio cómplice ante la quiebra. Dimas es a Lanzarote lo que la gasolina es a un motor, y por eso le votan una y otra vez los conejeros. Puedo entender que así ocurra. Puedo entender que le apoyen, de la misma manera que entiendo que al ochenta por ciento de este país les guste la Pantoja, el ‘Un, dos, tres’ o las películas de Rambo. Dimas es como un híbrido del populismo pantojil, los premios inesperados del programa de Chicho Ibañez y las bravatas del Silvester Stallone: por eso le gusta a tanta gente. Pero a mí la Pantoja me da ripio, en el ‘Un, dos, tres’ de la vida siempre me han tocado Rupertas y Rambo me parece un laja con ojos de mero a la plancha.
Osea: todo mi fenotipo, desde la glándula pineal al occipucio, rechaza a don Dimas, sus métodos y sus formas. Y creo que a él le ocurre algo parecido conmigo. Vamos, que no me traga. Sus motivos tiene. En los últimos dos o tres años he cruzado con él artículos contra cartas al director: yo le he llamado batasuno y él a mí etarra. De unos meses a esta parte, siendo como somos ambos gente más o menos civilizada, hemos llegado a una suerte de acuerdo tácito -que no pactado- que consiste en mirar a otro sitio cuando nos cruzamos en algún pleno del Parlamento, una rueda de prensa o cuando coincidimos en el avión, cosa que después de todo no es tan corriente, ya que a su señoría el médico le prohibió usar Binter y a mí la economía me obliga a ello.
Este prólogo sobre la opinión que don Dimas me merece es lo que en lenguaje parlamentario se denominaría ‘fijación de posiciones’. Y fijo más: creo que tras la sentencia del Tribunal Supremo debería haber dimitido y haberse retirado de la vida política, aunque sé que su retiro no superará en ningún caso los dos meses obligados.
Dicho esto, afirmo que el PSOE se equivoca al intentar impedir que Dimas se presente a las elecciones al Senado: si el terrorista Yoli, convicto y sentenciado, puede ser elegido y puede jurar su cargo esposado y luego volver al calabozo hasta que se cumpla su sentencia, es de suponer que Dimas tengas al menos el mismo derecho que el sicario. Dimas, que se sepa, todavía no ha matado a nadie.
Item más: impedir que Dimas se presente es hacerle gratis la campaña. Si el PSOE quiere ganar algún día en Lanzarote, mejor haría buscando un candidato y una política que enfrentarle.