a babor
Mauricio equivocó profesión: el teatro universal ha perdido un autor de fuste que habría aportado a las letras hispanas su inagotable y fecunda capacidad para inventar y recrear escenarios propicios a la comedia y el entremés. Es una pena, en fin.
Pero como quiera que Mauricio no optó por las artes, sino por otra categoría de Humanidades, nos toca sufrirlo en su actual encarnación de hombre público inteligente y lenguaraz, capaz de animar hasta un final de estío tan mustio como este. Y es que Mauricio es un ‘Must’, eso que los muy cursis llaman «un objeto de culto».
Si Mauricio no existiera, Canarias sería una región casi normal. Afortunadamente, Mauricio existe. Existe y está en la política, es parte misma del devenir de los hechos públicos, y lo logra casi sin esfuerzo, incluso cuando nada pinta la vela suya en el entierro. Su capacidad para convertirse en centro de cualquiera de los sutiles y complejos escenarios que él mismo inventa, lo convierte en el personaje más interesante y divertido del pasado reciente, del presente y del futuro inmediato de las islas, Dimas aparte.
Se merece esa posición privilegiada: su inventiva es fertil cual valle regado por mil afluentes. La última oferta de escenario y argumento realizada por Mauricio a esta región, para que las gentes crean en la existencia de una magna conspiración contra Jerónimo Saavedra, liderada además por su segundo en el partido, ese ‘hombre tranquilo’ que es Augusto Brito, resulta tan, pero tan divertida, que aunque Mauricio merezca un «zapatero a tus zapatos», lo que realmente va a recibir va a ser la recompensa de una unánime carcajada. Y es que sus guiones y sus argumentos mejoran cada día. Por eso crea escuela…
Porque si Mauricio es a la política local el ruido y la furia, la sal y la especie sabrosa de cualquier guiso picante que él mismo cocina en esa vasta zona más o menos cortical de su portentoso occipucio, si Mauricio es la voz tonante que introduce llantos y risas, héroes y villanos, traiciones y lealtades en el plumbeo argumento de nuestros diarios afanes, algunos otros, en su afán de imitar al maestro, resultan casi casi la burda caricatura de un remedo. Que Mauricio inventara ayer el ruido de una conjura palaciega contra Saavedra, con la Santísima Trinidad tinerfeña y los ex ucedeos del PSOE grancanario jugando a ser la guardia pretoriana del muy poco pretorianio Augusto Brito, es carcajeante y divertido, y si me apuran, realmente original en esta época de infundios repetidos. Aplausos y risas, pues, para Mauricio, por su imaginación de gigante.
Pero que Julio Bonis, al mismo tiempo y con la misma internción que Mauricio, se preste a secundar del ruido mauriciano el eco vergonzante de un estilo chismoso, ya no es gracia y diversión, sino patética pura de mendicidad de ideas. Pobre Bonis, viejo amigo, reducido a obligado y dócil eco de ajenos ruidos.