Assuan, en la ruta del Nilo, junio 1988: fue precisamente aquí, en la Syena que amaron los romanos, a la altura del Trópico de Cáncer, donde Eratóstenes contempló por primera vez «el sol subido en la mitad del cielo». Fue un 21 de junio de cualquier año, cuando el sol caía hasta el mismo fondo de un profundo pozo en Assuán, y los que se asomaban a su brocal en la hora precisa podían ver la sombra de sus cabezas recortada sobre la luz profunda del agua. Eratóstenes calculó entonces la superficie de la tierra y asombró al mundo. Se equivocó, sin duda, pero su error fue el inicio de la ciencia.
Fue en Assuan, pues, donde comenzó la ciencia y dónde comenzó la historia y dónde dio comienzo todo, porque de Assuan arrancaba el Nilo navegable desde la Primera Catarata hasta el lejano Delta, y a orillas del río creció el Estado: 40 siglos y 22 dinastías que fueron prólogo de Europa.
Europa recompensa ahora su deuda con este valle en la cicatriz misma del agua, vomitando sobre el río cientos y miles de hijos suyos que vienen buscando un recuerdo de Cleopatra y Nefertiti y sólo encuentran sol a plomo y piedras y más piedras en orden y concierto y el aire acondicionado de los cruceros Sheraton, y a cambio dejan su sudor civilizado y sus divisas.
Pero este ‘Crucero sobre el Nilo’ es una invención nuestra, una suerte de ensalada ligera y perfectamente equilibrada, sin especias picantes ni aliños excesos. El Nilo de los cruceros es hermoso como un sueño, armonioso como un cuento, un perfecto recuerdo para parejas en luna de miel o en trance de resucitar pasiones. Pero es tan mentira como los papiros de hoja de banano que venden los buhoneros de la ribera, tan falso como los tutancamones de hojalata o el lapislázuli teñido de los escarabajos de la suerte.
El Nilo real que sedujo a los viajeros, el Nilo poderoso y fecundo de Ali Bei y de Lawrence Durrell, ni se intuye desde el puente. El puente es risas y juegos y juerga y sexo o, quizá en versión de viaje culto, té helado y bellos nubios de piel tersa y perfecta bailando al son de una puesta de sol que es pura postal. El Nilo que buscas no está aquí.
Y sin embargo está aquí mismo, apenas tres o cuatro metros más abajo de la línea de flotación del turismo organizado. No puede verse desde el puente, pero se toca y se siente y se huele en la misma orilla, desde el río o hacia el rio, según los gustos o los medios, siempre al borde justo de dónde nace la vida y la presa mantiene el milagro: el valle es estrecho y preciso como un corte de navaja. Del agua al desierto un breve instante verde poblado de gigantes fantasmas, pequeñas sombras y diarios agobios. El Nilo que existe, el Nilo real, el Nilo de siempre: Egipto.