a babor
Esto puede oirse de muchas maneras: por ejemplo, puede oirse como si se pasara una página del libro de la historia inmediata de Canarias, la página que contiene el principio del capítulo sobre las reivindicaciones universitarias de una ciudad con medio millón de ciudadanos, y que contiene también el apéndice de la oposición lagunera. Puede oirse que se pasa la página y punto: no hay traca y cohetería de artificio ni lágrimas y gritos histéricos. Solo el rumor ligerísimo de una página al rozar el aire. Un ruido tan suave que ni tan siquiera es posible de describir en onomatopeya…
Pero también puede oirse como un ¡Craaac-clacc!, como el golpe seco que se escucharía al dejar caer una pesada lápida de marmol sobre la honra mal entendida del ex rector Alberto y sobre su absurda estrategia de confrontación. Puede oirse en eso caso, igualmente, una suerte de bis-bis-bis, un aviso para la silenciosa candidata Marisa Zamora, una advertencia de por dónde no deben ir los nuevos vientos de su cierto mandato sobre la más vieja e importante universidad de Canarias.
O puede no escucharse el eco sin sonido de un pensamiento tardío: el acto de reflexiva contricción del diputado socialista Maximino Jímenez Fumero, que tuvo la gallardía de irse después de haber tenido la cobardía de ceder al chantaje de la presión externa y votar en contra.
O puede oirse, debiera oirse, si así lo quieres, una orden en tono imperativo, un «¡Oiga, usted, preste atención de una vez y para siempre», un llamamiento a la cordura más allá del incomprensible parloteo leguleyo que adorna toda sentencia y que afea esta. Una llamada a la necesidad de decirnos a nosotros mismos después de que nos lo haya explicado por la directa y por escrito el TC, algo así como que aquí se acabo la trula y el barullo.
Aunque tambien puede oirse, no lo dudes, todo lo contrario: la cascada consigna del ¡Antes, Numancia! ahora con la música de fondo de la resitencia a la interpretación de los que interpretan la Constitución y esos cientos de miles de sus recodos que escapan a la comprensión de los más. Escuchar otros cantos que piden desenterrar nuevamente el hacha de guerra dormida desde los últimos Carnavales y pretenen pringarnos de tinta de rotativa y atosigarnos con palabras y palabras y palabras desde babor a estribor, de una a otra orilla.
Y puede oirse, plas, plas, plas, plas, plas, plas, plas, un aplauso innecesario y prolongado a Rubio Royo y su corte inestridente y habil, un rumor de apluso sin soberbia que sea como una nota al margen, como un rengloncito pequeño pero intenso en la página áquella que pasábamos al principio sin sonido alguno.
Puede ser todos esos ruidos. Y más ruidos incluso. Pero acá, desde el borde de las cosas que ocurren, lindando entre lo que pasa y lo que podría suceder, el ruido que escuchas es todos ellos y otro más, que siendo sólamente un suspiro es mucho más que eso. Un ¡pfiiiu! de alivio, una sensación de moderada alegría, un sentir que se acaba otra más de las provisionalidades inacabables en las que gustamos instalarnos. Y al tiempo un ligero brrrrrrrívido, como el lamento imperceptible de un escalofrio. Del escalofrio que tu y yo y la mayoría de nosotros habríamos sentido si la flauta hubiera sonado al reves.
Aviso para los señores correctores de pruebas:
la palabra «trula», deletreada t-r-u-l-a, situada en la última línea del cuarto párrafo de este artículo, no es «trola», ni tampoco «trilero», o «trinque», o «Hay que ver cómo trinca fulanito, que se pone el tio las botas». «Trula» es, más o menos, ‘trula’. Significa en lenguaje de articulista pedante: «Ruido que hace mucha gente». Se lo explico a ustedes humildemente para evitar que vuelva a ocurrir lo que pasó ayer, cuando «sólito» se trasformó misteriosamente en «insólito», o lo que pasó antesdeayer, cuando «vesanía» (en su acepción de sinónimo de ‘mala leche’), se convirtió en «Sanidad» o lo que pasó la semana pasada, cuando algo que no recuerdo se trasformó en otra cosa que no recuerdo tampoco, pero que no tenía nada que ver con el no recuerdo primero.